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Garganta subterránea


Esta soledad teme quedarse sola,
por eso solloza en el metro
con las piernas encogidas
y los ojos llenos de arrumacos.

Yo llego a casa desnudo,
desprovisto y pobre,
y me pongo la ropa
con la que me oculto
de la mirada de mis paredes,
que son tan blancas
que casi un fantasma
y casi un cuerpo de mujer.

Cuando despierto,
no hay cocodrilos bajo mi almohada
y esta noche tampoco he aprendido a volar,
por eso me armo de valor
y voy a enfrentarte, soledad.
Allí está, de amarillo chillón,
hablando consigo en francés;
me mira como se mira a un niño
que viaja en tren por primera vez
y, asustado por el traqueteo,
sólo confía en sus pies.

Me acerco a ella,
suculento,
qué presa fácil soy,
y en un instante, sin darnos cuenta,
última estación.

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