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Puentecillo del Darro


Me deshago en los círculos
que dejan las noches de invierno
cuando las acequias rinden
a pleno
y solo me falta la vida
para ser
            del todo
                           eterno.

Bajo a comerle las pestañas
al Darro
que baja a comerme los pies
con su triste caudal vetado;
en él me encuentro
tan hecho de sal
que no río, sino marisma
y hasta océano entero,
mudo de mudas,
de mudanzas
e inmundicie,
mudo de peces
que ya no salen a mi encuentro
sino que se guarecen
bajo la cáscara que vomita
nuestro mundo,
éste, mudo y enfermo.

Le cuelgo al río de los brazos
como a una higuera joven
de fruto inexperto,
y es por él que me descuelgo
y me llego al mismo centro
donde, escondido,
allí me encuentro
y me descubro
que no hay placer mayor
que mirarse adentro.

Se derrumba este puente
al que tan ateo rezo,
pero antes
veo en flor
todo el fruto de mi cuerpo.

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